Entre la innumerable cantidad de personajes que habitan en las leyendas y en los mitos, hay tres que sobresalen en la obra freudiana: Edipo, Prometeo y Narciso. Cuando accedemos a las múltiples variantes proteiformes de sus “biografías”, que trascurren en ese mundo particular en el que la contradicción no existe, nos encontramos con que, en todos ellos, funcionan las tres maneras de la vida, pero en Edipo predomina el corazón, en Prometeo, el hígado, y en Narciso, el cerebro. Los tres están “muy enfermos”, y por eso sus historias son tragedias. Y aunque el camino “de vuelta” a la salud se divisa con claridad meridiana, también se comprende que raya en lo imposible.
Más allá de los destinos funestos protagonizados por Edipo, Prometeo y Narciso, corazón, hígado y cerebro se manifiestan cotidianamente con los sinsabores del malentendido que malogra la cordialidad, la falacia que precipita en el fracaso y la paradoja que conduce al desconcierto. Cada uno de ellos es un punto de llegada que nos decepciona, pero también un punto de partida hacia nuevos horizontes que no siempre se divisan y nos llenan de inquietudes que oscilan entre el desasosiego y el sabor de la aventura.
Cada minuto de la vida es una despedida que sólo se compensa caminando hacia una nueva adquisición. A veces, es un campo florecido y, otras, un misterioso portal. Con seguridad o sin ella, vivir es un andar hacia delante, abriendo un camino que se opone a la ilusión de volver.