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En su libro Peces luminosos, con una insospechada capacidad literaria, la geobióloga Lynn Margulis presenta en forma novelada la vida de ciertos seres, “inventados”, pero sin duda inspirados en personas, en peces luminosos que conoce y no nombra. Se trata de hombres y mujeres que “iluminaron” de manera repentina y sorprendente los territorios de la ciencia y el arte. Así, Margulis le permite al lector entrar en sus apasionadas vidas, públicas y privadas, científicas y amorosas, impregnadas con los dramas que surgen en el interjuego de las fuerzas en pugna: la curiosidad, la responsabilidad, la vocación, la ambición, el aburrimiento y la desesperación, el deterioro, la ruindad y la ruina, el egoísmo, la envidia, la culpa, la rivalidad y los celos, lo angelical y demoníaco de la ternura y la perversión.
¿Es eso la materia prima de la producción psicoanalítica? Sí, es eso. Pero es también algo más. Es el encuentro tumultuoso entre “el cuerpo” y “el alma”. Es el guion que separa las dos formas en que se vive la vida. Pero es también la manera en que, en la vida, sucede que ese cuerpo que siempre se pensó propio se convierte, de pronto, en una cárcel que impide vivir.
En las páginas que siguen, antes de llegar, por fin, a un puerto más confortable, el autor explora, en esa materia prima, las vicisitudes del accidentado camino que surge cuando se insiste en conocer, desde una u otra de las dos orillas, un estrafalario guion que, carente de una tercera sustancia, siempre permanecerá vertical, como un puente abierto que no se puede cruzar.
La contribución más sobresaliente de este libro reside, sin embargo, en la claridad con que nos muestra que la vida de cada persona trascurre impregnada por personajes y libretos, “clásicos y universales”, inseparables de las dificultades que la aquejan. Y que, precisamente, sólo atravesando esos escollos el psicoanálisis florece.