Dado que el pensamiento nace de la necesidad de saber, “antes de actuar”, si las consecuencias de nuestros actos serán acordes con los fines que los motivan, cae por su propio peso que pensamos para saber qué hacer. Por eso pensamos cada vez que nuestras acciones automáticas (que se realizan con éxito de manera inconsciente) fracasan.
No cabe duda de que la situación que se manifiesta como “no saber qué hacer” (que conduce a expresiones como “no va a pasar nada” o “no se puede hacer nada”, que se formulan como negaciones dobles que ocultan lo contrario) posee una enorme trascendencia por la extrema frecuencia con la que se produce.
La pregunta es, entonces: ¿queda algo por hacer? Encontramos una respuesta en el filme Soy un gran mentiroso, donde la inconmensurable y conmovedora experiencia de Fellini nos revela (¡entre tantas otras cosas!) que, “cuando ‘no sabemos qué hacer’, todavía podemos contarlo”. Esa curiosa e innegable realidad (que lo que surge de la boca y la pluma de los seres geniales continuamente comprueba) no sólo nos acerca hacia la confidencia fraterna que subyace en el fondo de toda psicoterapia. Es nada menos que la que sostiene la existencia de la literatura, que se constituye, como relato, para llegar a ser la auténtica forma, arcaica y original, de la historia.