"Por salvar vidas, los enfermos han de morir solos. Por salvar vidas, los mayores han de perderse en el laberinto del abandono. Por salvar vidas, los niños deberán padecer el miedo de ser los asesinos de sus abuelos, y los jóvenes, sufrir por un mundo futuro marcado por el espanto del control y el aislamiento".
En nombre del bien y bajo el hermetismo palaciego, se dijo que había trabajos esenciales y otros que no lo eran; se supuso que la cultura era superflua, que la educación podía esperar, que el abrazo compasivo no debía darse y que el pensamiento quedaba anulado por los mandatos de un grupo de expertos.
Pero la existencia no es una cinta que se pueda rebobinar, editar o empalmar. El corazón puede latir bajo un confinamiento que se dice protector, pero que no es más que un cruel e inútil encierro. Si nos rendimos frente al pánico ante gobiernos que intentan desesperadamente mostrar que tienen el control aislando y pintando el espanto, entonces es muy probable que los jóvenes de hoy vivan en el futuro bajo un férreo totalitarismo sanitario cuyo rostro empezamos a conocer.
Este libro nace de una urgencia: la de poner en cuestión a muchas de las categorías, los conceptos y las clasificaciones sociales que nos fueron impuestos con el fin de darle legitimidad a un imposible y lacerante aislamiento social. Es un manifiesto contra la resignación que, frente al COVID-19, nos lleva a considerar al otro como una amenaza y a nosotros como personas temerosas, sin valía alguna, que solo desean perdurar en el tiempo bajo el resguardo de un Mefistófeles al que le entregamos nuestra alma y la de nuestros hijos.